Crítica de discos: Muse @muse – Drones


Muse

Drones

Warner 2015

MuseDronesCover

A estas alturas del partido, pocos grupos pueden suscitar tanta discusión y polémica como Muse. De la misma manera en que disco a disco han ido ganando seguidores y una gran reputación por sus directos, también han aparecido en la misma proporción numerosos haters que se han ido alejando del grupo o que han ridiculizado hasta la saciedad todos los tics grandilocuentes de Matt Bellamy y compañía. Esta es en parte la gracia de este grupo; con un sonido tan excesivo y particular que puede suscitar emociones varias, pero rara vez la indiferencia.

Por bastantes de los adelantos que les hemos ido conociendo; Matt Bellamy, Christopher Wolstenholme y Dominic Howard han planteado Drones como una vuelta a los inicios. No parecía descabellado, ya que la constante de sus últimos años ha sido abarcar más de lo que quizás podían asimilar. De los meritorios intentos de renovación vislumbrados en el notable Black Holes And Revelations (2006) han pasado a un desmesurado popurrí de estilos que hizo boom en The 2nd Law (2012), donde jugueteaban con el dubstep. A día de hoy me sigue pareciendo horroroso a pesar de algún que otro hit, aunque no algo definitorio para alejarme del grupo que me conquistó con temas como Plug In Baby.

Drones sigue el hilo conductor de las obsesiones de Matt Bellamy sobre la revolución tecnológica. Su concepción del universo orwelliano, de deshumanización de la sociedad, el triunfo de la máquina sobre el hombre, son temas que siempre le han interesado. Lástima que estas buenas ideas vengan acompañadas de un discurso bastante simplista en lo lírico; como se puede comprobar en el single Psycho con su estribillo lamentable («Your ass belongs to me now», parece escrito por un niño de 13 años»), o con ideas tan peregrinas como el tema homónimo final, todo un ridículo en forma de coro apocalíptico.

Eso sí, son astutos y musicalmente saben tocar las teclas adecuadas para evitar el desastre. Dead Inside, a pesar de lo excesivamente tratada que está la voz de Bellamy, funciona perfectamente como apertura dramática de Drones, apoyada en esa vena synthpopera que últimamente visitan tanto y el siempre eficiente papel al bajo de Wostenholme. Con un videoclip a lo Sia en Chandelier, tiene todas las papeletas para funcionar bien comercialmente. Otro guiño melódico al pasado es Mercy, una vuelta a los teclados y a la épica pop de Starlight, sin la sutileza que hizo de esta un himno, pero con fuerza.

Drill Seargent es una introducción explícita para el ya mencionado Psycho, cuyo riff refrito de Uprising y susurros puente a lo Marilyn Manson, lo convierten en uno de los temas más previsibles que han escrito los de Devon. Los amantes de los Muse más rockeros pueden contar con cortes mejores más adelante; como la casi metalera The Handler que habría merecido su sitio en Absolution, o Reapers donde Matt Bellamy (exhibición de falsete mediante) emula a guitar heroes del tapping como Eddie Van Halen o Tom Morello. Otros ídolos como Queen son también revisitados en cortes como Defector, donde el peso rítmico lo lleva Dominic Howard a los platillos.

Es una pena que a veces no sean capaces de controlar su virtuosismo desbocado en cortes como The Observer o en ciertos momentos de Reapers, pues Aftermath con su aire cohibido a Dire Straits muestra a una banda muy resolutiva cuando ata en corto los delirios de grandeza. Lejos de la inspiración de discos como Absolution y Origin Of Simmetry, Muse saca un séptimo disco irregular que les deja a medio camino de todo, pero que aún así les dará artillería suficiente para sus incendiarios directos.

Juan Pablo Reig

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