Crítica de discos: Kasabian – 48:13


Kasabian @KasabianHQ

48:13

Sony Music 2014

Kasabian_48-13

 

Kasabian es uno de esos grupos que siempre han tenido un par de canciones de las que se desconocen el título y un día cualquiera un anuncio hace que salgas disparado a Internet a buscarlas, pero de los que luego cuesta mucho profundizar en su discografía. No hay más que ponerse a pensar en canciones como Club Foot, un temazo asociado casi desde el comienzo a eventos deportivos, pero ni por esas el público ha acabado enamorándose del producto final. A pesar de tener un concepto gráfico muy interesante en sus videoclips y puesta en escena, ni Kasabian (2004) ni Empire (2006) parecían augurar algo más que una banda interesante, pero de medio recorrido.

West Ryder Pauper Lunatic Asylum (2009) consiguió alterar ese rumbo, llevándoles a un puesto referencia del indie-rock británico gracias a canciones como Fire. La variopinta ensalada de Tom Meighan, Serge Pizzorno y compañía; en la que se mezclaban el Madchester, las raves orientales, la electrónica noventera y en especial Primal Scream, alcanzó su mayor cota de aceptación y buenas críticas. En Velociraptor! (2011), su disco más psicodélico y glam-rock, ya contaban con una colección de hits lo suficientemente grande como para encabezar festivales con soltura, como ya hicieron hace unos pocos días en Glastonbury y dentro de poco harán en el FIB.

Se suele decir desdeñosamente que son los Primal Scream de marca blanca, pero hay varias cosas que los diferencian. Mientras que los amores declarados de Bobby Gillespie son Iggy & The Stooges, el noise y The Rolling Stones etapa Mick Taylor, a Kasabian siempre le ha tirado más juntar en una batidora la diversión de unos Happy Mondays con la contundencia sonora de Prodigy. A eso siguen jugando en parte en 48:13, definido por el guitarrista Serge Pizzorno como el álbum más sencillo de su carrera.

Tras la breve introducción de Shiva, los de Leicester abren con contundencia gracias a Bumblebee, muy orientada al directo (“we´re in ecstasy”) y que por momentos nos hace pensar en los Muse de Origin of Symmetry. Con menos potencia de fuego pero mejor acabado, Stevie refleja que Kasabian están más cómodos en los temas donde mezclan psicodelia y cierta urgencia electrónica. La letra de parece referirse a los disturbios de Londres en 2011 (“and all the kids they say, live to fight another day”), pero lo que más destacaría son sus arreglos orquestales y el punzante bajo de Chris Edwards, que le da una atmósfera genuinamente amenazadora.

Los de Leicester sorprenden con un registro totalmente nuevo en Doomsday, en un electro-ska pegajoso como un chicle que les acerca a bandas como Madness o The Specials. Y parecen rematar para bien el álbum por la mitad con Treat, uno de sus habituales duelos entre Serge Pizzorno y Tom Meighan, que empieza con rotundidad y bajos muy marcados pero a partir de los tres minutos se transforma en un envolvente viaje de sintetizadores y acid-house marca Hacienda. Por desgracia el elemento hip-hop, que siempre les ha gustado, no siempre les da buenos resultados, como en el mantra de Glass, donde incorporan los versos del poeta Suli Breaks.

Tras un poco de experimentación con el synth-pop de Explodes y el intermezzo flamenco-fronterizo de Levitation, se agradece la llegada de Clouds que parece conservar un poco el espíritu madchesteriano y psicodélico de hits anteriores como Reason Is Treason. Y llegamos a Eeh-Ez, el hortera pero efectivo single de presentación, que es como un pastiche del Girls And Boys de Blur con Hot Chip y Basement Jaxx, con un estribillo facilón y perfecto para hacer el cabra en cualquier fiesta.

Los 48 minutos concluyen con una Bow que no aporta gran cosa, y con el número acústico de S.P.S en el que Serge Pizzorno parece homenajear a su amigo Noel Gallagher. Podemos decir que Kasabian siguen experimentando desde su cómoda posición de venta afianzando su carrera con un disco electrónico/resultón para la estación en la que nos encontramos, en el que por supuesto no faltan hits característicos, pero sin el punto de suciedad y psicodelia que les hizo tocar techo hace unos años.

Juan Pablo Reig

 

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