Crítica de discos: Death Cab For Cutie @dcfc – Kintsugi


Death Cab For Cutie

Kintsugi

Atlantic Recording 2015

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Los chicos de Death Cab For Cutie llevaban una década ganandose al público indie americano con su pop intimista y sugestivo, gracias a discos tan logrados como Trasatlanticism (2003) o Plans (2005), pero siempre con un discreto perfil que se sincronizaba con naturalidad con canciones tan envolventes como Soul Meets Body. Narrow Stairs (2008), con las mismas ideas de siempre, fue sin embargo el que pegó el pelotazo debido, en parte, al mediático romance entre su líder Ben Gibbard y la guapísima Zooey Deschanel. Tras esto los de Washington han llevado un ritmo menos prolífico, destacando por el éxito de Meet Me On The Equinox, su colaboración en la B.S.O. de Crepusculo: Luna Nueva (uno de esos casos en las que la banda sonora supera con creces al film); y el irregular Codes And Keys (2011), inferior a los trabajos anteriormente mencionados.

Es por esto que muchos esperaban el divorcio entre Gibbard y Deschanel como una vuelta a la inspiración de la banda, a la que se ha acusado de convertirse en un hilo musical amable y easy-listening, sin chicha.  Kintsugi, título japonés inspirado en el arte de reparar objetos con oro, no es el Ghost Stories de Death Cab For Cutie por mucho que los hayan comparado. Menos lamentaciones de lo esperado, y más brío, orgullo y necesidad de comunicar, en sintonía con esa particular filosofía de mostrar bien visibles las cicatrices que predica el Kintsugi.

Canciones como No Room In Frame son de esas melodías melancólicas que clavan y no obstante, ya avisan de no perder demasiado tiempo bajo el colchón de la decepción («you cannot outrun a ghost»). Tiene un ligero aire electrónico minimalista que le emparenta con el fantástico Give Up de The Postal Service, sin duda entre lo mejor que ha emprendido Ben Gibbard. El single Black Sun incide pese a su título en esa senda de recuperación («there is an answer in a question, and there is a hope within despair, and there is a beauty in a failure, and there are depths beyond compare»), con un manto protector electrónico acompañado de unas crudas guitarras que parecen decir adiós por el guitarrista Chris Walla, en lo que es su último trabajo con el grupo.

Estas dos canciones y las dos siguientes; The Ghost of Beverly Drive, contagioso jangle-pop a medio camino entre The Cure y Semisonic que podría ser uno de sus singles más inmediatos, así como el bello crescendo de Little Wanderer, parecen una vuelta al notable de Death Cab For Cutie. La promesa se queda a medias. Los baladones You’ve Haunted Me All My Life y Hold No Guns que muestran al Gibbard más resentido del disco, cortan un poco ese espíritu optimista y no aportan gran cosa.

Buscando refrenar la recaida, Death Cab For Cutie cambian de derroteros despidiendo el dolor acústico y activando de nuevo los sintetizadores. El Dorado (algo acelerada y fallida), Everything’s a Cealing y sobre todo el bailable número disco Good Help (Is So Hard To Find) son entretenidas piezas indietrónicas, hasta podrían ser de Pet Shop Boys. Ya de despedida, el cierre épico al piano de Binary Sea nos muestra otra vez el mensaje vitalista que encierra Kintsugi («there’s something brilliant bound to happen here»).

Han perdido bastante de la espontaneidad que residía en temas como Cath… o The Sound of Settling; pero Death Cab For Cutie se muestran sabios, tiernos y todavía apetecibles en su octavo disco, reuniendo un poco de todos los ingrendientes que han hecho de su carrera una de las más sólidas de la escena alternativa americana.

Juan Pablo Reig

 

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